viernes, 27 de agosto de 2010

La Batalla

Florencia decidió ir sola a la exposición de arte que se inauguraba en la ciudad. Su novio Mateo estaba ocupado y ése era el último día para ir a visitar la muestra. En parte la idea no le desagradaba. Amaba el arte y consideraba el sitio como un templo.
El acontecimiento se realizaba en el centro cívico de la ciudad.
El lugar estaba en penumbras y de fondo una leve música indu hacía flotar su espíritu.
Comenzó a recorrer las pinturas en el sentido de las agujas del reloj. Buscaba un hilo conductor para develar el enigma que encarnaba cada una de ellas.
El pintor se volcaba hacia el realismo mágico y dejaba su huella de manera inconfundible: la consideración del hombre como misterio en medio de la realidad.
Al llegar al final del pasillo se encontraba la última pintura por descubrir, una gran puerta y después el cielo.
Nada particular-pensó. Y cuando estaba apunto de darse por vencida vió una pluma que caía por el costado del cuadro.
Corrió levemente la obra y lo vió. Estaba asustado y acurrucado en un rincón. Sus ojos eran de auxilio. Entonces Florencia adelantó el pie y traspasó el umbral. El la tomó por la cintura y volaron juntos. La primer sensación fue de libertad al sentir el aire frío rozando su cara. Cuando volvió en si y bajó la vista se encontró con una imagen de terror. Una ciudad en llamas, totalmente en penumbras. Un caos total.
De repente a lo lejos divisó una luz. Cada vez se hacía más intensa, como si luchara con la oscuridad tratando de emerger. Pero la penumbra era más fuerte.
-¿Qué sucede? Balbuceó Florencia
-Es la eterna lucha que se libra todas las noches desde hace millones de años. En un principio siempre ganaba la luz, pero después de tanto tiempo ella está perdiendo su fuerza.
-¿Qué se puede hacer para ayudarla?
Pero cuando él estaba por hablar una fuerte ráfaga de viento los hace tambalear separándolos de golpe. Mientras ella cae solo escuchaba en su mente: "TODO PASA"
Al amanecer Florencia ve la ventana de su habitación y comprende el sueño. Mejor dicho creyó que era un sueño, pues cuando miró los rayos de sol que se filtraban por la cortina, tres plumas flotaban en el aire...

jueves, 10 de junio de 2010

El Juego

El destino había jugado sus cartas. Paradoja o no ya no había nada que hacer. Es lo que se decía Jerónimo mientras caminaba hacia el funeral de su colega. Jerónimo Iriarte era actor. Tenía 30 años y desde los 19 se había pasado de casting en casting haciendo papeles secundarios y publicidades de bajo presupuesto. Estudió teatro muy poco. Lo suyo era algo innato.
Amaba lo que hacía, aunque apenas le alcanzaba para vivir.
He aquí donde el destino comenzó a barajar las cartas.
Un director compañero de la secundaria lo llamó para actuar en la obra de teatro "Los árboles mueren de pie". Tenía el papel del ilusionista. un personaje terciario. La labor protagónica lo tenía Horacio Aguirre, quien interpretaba a Mauricio. Jerónimo actuaba mejor, pero Horacio era más conocido.
Anoche, un paro cardíaco da un doble efecto: la muerte del actor principal y el comienzo de una brillante carrera. Era la oportunidad de demostrar que él podía ocupar su lugar. Pensó que debería sentirse más apenado por su colega que agradecido por sus suerte, pero aventó rápidamente el sentimiento de culpa. Se concentró en imágenes más agradables. Como Sofía. La había conocido en el hall del teatro cuando ella intentaba conseguir una entrada para la función de gala. Entradas que estaban agotadas hacía una semana. Tanto le impactó su presencia, que le ofreció un lugar en el palco reservado para su madre y su hermana. Inmediatamente congeniaron, tanto así que su madre la invitó a compartir la cena con ellos. Desde ese momento fueron inseparables.
Este papel le abriría las puertas a mejores trabajos con suculentos sueldos y así quizás le podía ofrecer matrimonio a Sofía y formar una familia.
El sentimiento de culpa lo invadió de repente. Sólo eran compañeros de trabajo. Una relación tan distante que ni siquiera convocaba a la congoja. A la sorpresa, tal vez. Y a la meditación sobre lo efímero de la vida.
Apuró el paso para no llegar tarde al entierro. Un camión mal estacionado tapaba la visión de los autos que transitaban por la avenida donde estaba situado el cementerio. Cruzó velozmente y su corazón se desbocó cuando en centésimas de segundos tuvo que hacer un esfuerzo por esquivar un auto salido de la nada. Aprovechando el impulso que traía, estiró las piernas y puso los pies en la vereda al tiempo que se escuchaba una frenada. Entró al cementerio sin dar mucha importancia de lo que sucedía a sus espaldas. Una vez adentro disminuyó la velocidad y se concentró en recuperar el dominio.
De repente lo invadió una sensación extraña, como un frío recorriéndole la nuca. No le gustaban los cementerios. El contraste de los panteones grises y las lápidas llenas de pintorescas flores de plástico le revolvía el estómago.
Finalmente llegó al lugar. Estaba lleno. Comenzó a enfocar a los presentes. Divisó al director y a todo el elenco de la obra. Continuó con la inspección y descubrió con asombro a varios amigos suyos que no habían conocido al difunto. ¿Por qué estaban apenados? Avanzó hacia ellos para averiguar la razón de su presencia, cuando en el centro del entierro reconoció a su madre, su hermana y a Sofía. Ante el profundo desconsuelo de las mujeres, una sensación de pánico lo invadió. Caminó hacia el féretro y supo con certeza por quién lloraban sus seres queridos.
Las cartas ya estaban sobre la mesa...

martes, 23 de marzo de 2010

El silencio

El sol emergía entre los montes bajos de espinillos que rodeaban al pueblo. A lo lejos el aullido persistente de los perros rompió la calma. Las nubes se tornaron negras de pronto y un fuerte viento llegó para destruir el sosiego que reinaba en Hasenkamp hace muchos años.

-¿Está muerta?- preguntó lentamente; como si las palabras que arrastraba no estuvieran llenas de curiosidad.

-Eso parece- Contestó el Jefe de Policía, que había llegado hasta ahí guiado por los gritos.

Movió el cuerpo de la jóven con el pie.

-¡Oiga no haga eso! ¿No es capaz de guardar un poco de respeto?- Le gritó él-

-Tenía que asegurarme hasta que llegue la ambulancia. A propósito el Sr. es...-

-Ernesto Kisser, yo la encontré y además era su amigo.

-Muy interesante. Me va a tener que acompañar a declarar. Queda detenido.

-¿Detenido?- Dijo estupefacto

_Si, usted es el principal sospechoso; estaba aquí cuando llegué. Necesito Indagarlo.

La noche cayó en las calles de Hasenkamp acompañada con el sonido de los grillos y el silencio habitual. El pueblo era una colonia de laboriosos alemanes, dedicados a la agricultura, que llegaron desde el Volga en 1883 ubicandose al norte de Paraná.

ya se empezaba a rumorear que el asesino había sido Ernesto. María y él eran compañeros de trabajo. Ambos maestros de tercer grado de la Escuela Primaria de Hasenkamp.

Otro de los rumores que corrían involucraban a María como supuesta amante del doctor del pueblo: Pablo Golz. Hacía varias semanas que concurría seguido a su consultorio, donde se la veía siempre conversando con la esposa que a su vez era la secretaria.

-Seguro que se la quería ganar para que el doctorcito no sospeche- Decían las viejas chismosas mientras se teñian el pelo en la peluquería.

-Si, seguro que Ernesto se enteró y preso de los celos la mató.

Miró por la pequeña ventana que daba hacia la calle. Ahí adentro el calor era inimaginable y el olor lastimaba los ojos. Le parecía que la celda se volvía más pequeña y asfixiante conforme pasaba el tiempo.

El policía ya le había tomado declaración, faltaba que apareciera el abogado designado para la defenza de Golz.

-Buenas, soy el Doctor Daniel Hirr.

-Yo no la maté- Fue lo único que Ernesto respondió.

-Bien, entonces ¿Quién lo hizo?

-¡No lo se, ya dije que no lo se! Eramos amigos, cuando llegué al aula ya estaba tirada.

-Eso es lo que aseguran los testigos. Digame. ¿Usted sabe de alguien que quisiera matarla?

-No- Mintió- María no tenía problemas con nadie.

-¿Está seguro?

-Si- Mintió de nuevo.

-Bueno, leyendo la declaración que le hizo al policía y con lo que me acaba de decir no tenemos muchas evidencias....¡Estamos fritos! Descanse, mañana vendré con los resultados de los peritos y veremos....

Ernesto se dejó caer en un rincón de la celda sin importarle el desagradable olor que emanaba el piso. En su mente todo era confuso. El asesinato; las acusaciones; su amiga a la cual pudo ver la noche anterior cuando ella se dirigía a la casa del doctor.

-¿María estás segura?- Le dijo

-Completamente, ella también está enamorada de mi.

-Pero está casada y uno de sus hijos es tu alumno.

-Por eso mismo tenés que jurarme que no le vas a decir a nadie.

-Pero...es que...- Vaciló.
-¡Por favor! si esto se llega a saber su marido me puede matar a golpes, además los nenes sufrirían las consecuencias. Y los más importante, piensa en mis padres, ellos crecieron aquí y si la gente se entera sufrirán mucho.
-Está bien, te lo juro. Pero por favor cuidate mucho; dicen que el doctor es de armas tomar. He escuchado que ha balaceado a más de uno por nimiedades. Imaginate si lo llega a descubrir.
La tarde cayó en Hasenkamp. La plaza principal se fue vaciando, los perros desaparecieron, las ventanas se fueron cerrando.
Solo, en mitad de la celda, pensó en María, en su sonrisa perfecta y contagiosa, en sus ojos grandes, en el olor que emanaba su cuerpo, en la manera en que lo miraba cuando estaba triste. En ese mismo instante se dio cuenta que la amaba a pesar de no haber sido correspondido nunca. En ese instante se dio cuenta también que no podía romper su promesa. Sería acusado injustamente... Lo que más le molestaba era saber quién fue su asesino...

domingo, 24 de enero de 2010

EL CASO MONTANGIE

La denuncia había llegado al Comando Radioeléctrico de la ciudad de San Carlos de Bariloche, ubicado en el Centro Cívico.
Pasada la medianoche un turista se acercó al destacamento para dar a conocer el hecho: un automóvil se había desviado de su curso y se había desbarrancado unos 50 metros, para quedar semihundido en las aguas del río Limay. Dentro del vehículo se hallaba el cuerpo de una mujer.
Martín Espinosa salió de Bariloche para ir al Limay a pescar. Cruzó el puente sobre el río, que nace a escasos metros de allí, cuando divisó el vehículo a lo lejos y decidió dar aviso a la policía.
El timbre del teléfono sonó súbitamente. La Detective Echegoyen pegó un sobresalto despertando también a su novio que dormía junto a ella.
Hacía un mes que Conrado se había ido a vivir a la casa de Helena y desde ese día dormían abrasados.
-¿Detective Echegoyen? Sondeó con temor el agente de Guardia.
-Si. ¿Qué pasa Jauregui? Contestó semidormida Helena.
-Se produjo un accidente automovilístico en la ruta 237 a la altura del kilómetro 15 y el jefe ordenó que Ud. se hiciera cargo del caso. Parece que se trata de un femenino muerto. Todavía no lo han podido sacar del auto.
-Que nadie mueva nada hasta que yo llegue. Y se apuró en salir.
Carlos García era un importante empresario de la construcción. Su relación matrimonial no pasaba por un buen momento. Su esposa, Laura Montangie, era dueña de una boutique en la ciudad de Guatraché, La Pampa, donde residía la pareja.
Si bien el negocio prosperaba, en lo sentimental, las cosas no andaban nada bien.
desde hace tiempo, ella trataba de mitigar su depresión bebiendo alcohol. por eso nunca conducía el automóvil.
Su marido la había persuadido para que realizaran un viaje de fin de semana a Bariloche. El tenía que viajar por asuntos de negocios.
Al principio ella se rehusó, pero finalmente accedió con la esperanza de que su relación conyugal mejorase.
Emprendieron el viaje un viernes a la noche. Al llegar se hospedaron en el lujoso Gran Hotel Llao Llao. Después él se bañó, se cambió y salió con prisa a la reunión que tenía prevista. Una hora más tarde García pasó a buscar a su mujer por el hotel y juntos fueron a almorzar a un exclusivo restaurante. Durante la comida, ella abusó del alcohol. Inesperadamente, se levantó de la mesa como un rayo y sumida en un ataque de locura protagonizó una escena. En seguida comenzó a gritar y arrojar la vajilla contra el piso. Así lo relataron la camarera y los comensales, en su declaración testimonial.
Llegaron al hotel y tras una fuerte discusión, ella se retiró ofuscada y presurosa se dirigió a la cochera. Se fue en el mismo auto que habían llegado. Pasadas dos horas García recibió un llamado telefónico:
-Ella acaba de llegar. Se escuchó en el Nextel.
-Listo...ya sabés que hacer. Ordenó García.
Con los primeros rayos del sol Echegoyen llegó al lugar del accidente. Los bomberos realizaban las maniobras previas al rescate y una vez retirado el cuerpo sin vida de la mujer fue puesto sobre una camilla. Con ruedas y arneses, lo subieron hasta el costado del camino. Allí aguardaba la ambulancia que lo llevaría hasta la morgue judicial. Mientras tanto, los peritos inspeccionaban el coche tratando de determinar si el accidente se habría provocado por alguna falla técnica.
Los datos del vehículo y de la mujer fallecida coincidían con los registrados en el libro del hotel.
García fue avisado del accidente cerca del mediodía y se le informó que debía presentarse en la seccional policial para prestar declaración testimonial. Antes debía pasar por la morgue judicial del Sanatorio San Carlos. Debía reconcocer el cuerpo de su esposa.
Al llegar a la seccional se acreditó en la mesa de entrada. El lugar estaba relativamente en orden. "Poca gente"-pensó García-mientras observaba con detenimiento lo que pasaba a su alrededor.
Luego de esperar unos minutos entró a la oficina de la Detective Echegoyen.
Después de corroborar los datos personales y otras formalidades comenzó a tomarle declaración. Al costado del escritorio, Jauregui hacía malabares para esribir con "dos dedos" en una vieja máquina de escribir. García respondió con seguridad las preguntas del oficial, pero no podía disimular lo incómodo de la situación. Culminados los trámites de rigor y habiendo reconocido el cuerpo de su esposa, la Detective le autorizó el traslado y le prometió que iba a tenerlo al tanto de cualquier novedad.
Al día siguiente llegaron los informes del peritaje técnico del automotor y la autopsia de la Sra. Montangie.
Las causas del accidente no se debieron a fallas técnicas del automóvil. En cambio la autopsia reveló que las contusiones y heridas que presentaba el cuerpo de la mujer fueron producto del mismo. En las conclusiones se expresaba que los análisis de sangre habían revelado la presencia de barbitúricos y otros medicamentos psiquiátricos. Agregaba además, que le había sido extraída gran cantidad de agua de los pulmones. El reporte daba por cierto que las causas que provocaron el deceso habían sido la pérdida del control del vehículo y consecuentemente la asfixia por ahogo.
Con este análisis se dio por concluida la investigación.
Un tiempo después el juez descartaba la hipótesis de un atentado concluyendo que se trató de una muerte por accidente derivada de la conducta imprudente del conductor.
Dos cuerpos bronceados descansaban bajo una sombrilla en una paradisíaca playa del Caribe.
-¿No te gustaría viajar a Bariloche este Invierno? Dijo Carlos García.
-Me encantaría amor, pero esta vez viajamos en avión-Respondió Martín Espinosa.