martes, 23 de marzo de 2010

El silencio

El sol emergía entre los montes bajos de espinillos que rodeaban al pueblo. A lo lejos el aullido persistente de los perros rompió la calma. Las nubes se tornaron negras de pronto y un fuerte viento llegó para destruir el sosiego que reinaba en Hasenkamp hace muchos años.

-¿Está muerta?- preguntó lentamente; como si las palabras que arrastraba no estuvieran llenas de curiosidad.

-Eso parece- Contestó el Jefe de Policía, que había llegado hasta ahí guiado por los gritos.

Movió el cuerpo de la jóven con el pie.

-¡Oiga no haga eso! ¿No es capaz de guardar un poco de respeto?- Le gritó él-

-Tenía que asegurarme hasta que llegue la ambulancia. A propósito el Sr. es...-

-Ernesto Kisser, yo la encontré y además era su amigo.

-Muy interesante. Me va a tener que acompañar a declarar. Queda detenido.

-¿Detenido?- Dijo estupefacto

_Si, usted es el principal sospechoso; estaba aquí cuando llegué. Necesito Indagarlo.

La noche cayó en las calles de Hasenkamp acompañada con el sonido de los grillos y el silencio habitual. El pueblo era una colonia de laboriosos alemanes, dedicados a la agricultura, que llegaron desde el Volga en 1883 ubicandose al norte de Paraná.

ya se empezaba a rumorear que el asesino había sido Ernesto. María y él eran compañeros de trabajo. Ambos maestros de tercer grado de la Escuela Primaria de Hasenkamp.

Otro de los rumores que corrían involucraban a María como supuesta amante del doctor del pueblo: Pablo Golz. Hacía varias semanas que concurría seguido a su consultorio, donde se la veía siempre conversando con la esposa que a su vez era la secretaria.

-Seguro que se la quería ganar para que el doctorcito no sospeche- Decían las viejas chismosas mientras se teñian el pelo en la peluquería.

-Si, seguro que Ernesto se enteró y preso de los celos la mató.

Miró por la pequeña ventana que daba hacia la calle. Ahí adentro el calor era inimaginable y el olor lastimaba los ojos. Le parecía que la celda se volvía más pequeña y asfixiante conforme pasaba el tiempo.

El policía ya le había tomado declaración, faltaba que apareciera el abogado designado para la defenza de Golz.

-Buenas, soy el Doctor Daniel Hirr.

-Yo no la maté- Fue lo único que Ernesto respondió.

-Bien, entonces ¿Quién lo hizo?

-¡No lo se, ya dije que no lo se! Eramos amigos, cuando llegué al aula ya estaba tirada.

-Eso es lo que aseguran los testigos. Digame. ¿Usted sabe de alguien que quisiera matarla?

-No- Mintió- María no tenía problemas con nadie.

-¿Está seguro?

-Si- Mintió de nuevo.

-Bueno, leyendo la declaración que le hizo al policía y con lo que me acaba de decir no tenemos muchas evidencias....¡Estamos fritos! Descanse, mañana vendré con los resultados de los peritos y veremos....

Ernesto se dejó caer en un rincón de la celda sin importarle el desagradable olor que emanaba el piso. En su mente todo era confuso. El asesinato; las acusaciones; su amiga a la cual pudo ver la noche anterior cuando ella se dirigía a la casa del doctor.

-¿María estás segura?- Le dijo

-Completamente, ella también está enamorada de mi.

-Pero está casada y uno de sus hijos es tu alumno.

-Por eso mismo tenés que jurarme que no le vas a decir a nadie.

-Pero...es que...- Vaciló.
-¡Por favor! si esto se llega a saber su marido me puede matar a golpes, además los nenes sufrirían las consecuencias. Y los más importante, piensa en mis padres, ellos crecieron aquí y si la gente se entera sufrirán mucho.
-Está bien, te lo juro. Pero por favor cuidate mucho; dicen que el doctor es de armas tomar. He escuchado que ha balaceado a más de uno por nimiedades. Imaginate si lo llega a descubrir.
La tarde cayó en Hasenkamp. La plaza principal se fue vaciando, los perros desaparecieron, las ventanas se fueron cerrando.
Solo, en mitad de la celda, pensó en María, en su sonrisa perfecta y contagiosa, en sus ojos grandes, en el olor que emanaba su cuerpo, en la manera en que lo miraba cuando estaba triste. En ese mismo instante se dio cuenta que la amaba a pesar de no haber sido correspondido nunca. En ese instante se dio cuenta también que no podía romper su promesa. Sería acusado injustamente... Lo que más le molestaba era saber quién fue su asesino...