viernes, 22 de mayo de 2015

"Lamer las heridas"

Octavio pasaba sus vacaciones en el mar. Había decidido realizar el viaje solo. Al principio, la idea le resultó muy atractiva. una oportunidad para conocer nuevas personas, descubrirse a sí mismo, toda una aventura. Eligió como destino un pueblito pequeño y pintoresco. Sus casas tenían un estilo colonial, característica que otorgaba una sensación de viaje en el tiempo. Sin embargo, no había muchos turistas y la gente era un tanto reservada, así que en un par de días, la soledad comenzó a invadir su pecho.
Una mañana salió a dar una vuelta por el centro del pueblo y, de pronto, se dio cuenta de que estaba perdido. No recordaba la dirección del hotel donde se hospedaba y como era temprano, no encontró a nadie a quien pedir pedir auxilio.
Siguió caminando, quizás podría reconocer algún punto que lo ayudara a ubicarse. Niente (nada). Y allí lo vio, doblando la esquina. Un perrito, todo mojado, hecho un bollito en un rincón. Octavio se acercó, a su vez el animal le clavó la mirada. Estaba tiritando de frío y tenía una de las patas traseras herida. En seguida, se sacó la campera que llevaba puesta, envolvió con ella al perro y lo llevó con la intención de curarlo. Pero no sabía dónde se encontraba aún. Dio unos pasos más, levantó la mirada y no sólo divisó el hotel, sino que junto a él había una veterinaria que no recordaba.
Entró en el local e inmediatamente asistieron al perrito. El muchacho se sentó a esperar, sentía que su corazón latía fuerte. No podía olvidar esa mirada de auxilio que lo impulsó a levantar al can. A los quince minutos apareció el veterinario con el animal vendado. Afortunadamente era sólo una herida superficial. Cuando salió a la calle, el perro lo volvió a mirar sacando su lengua y moviendo la cola en señal de agradecimiento. Y así, sin más, se alejó completamente repuesto.
Octavio ya no sentía esa soledad en el pecho. Ayudar al perro, ese simple acto solidario, lo había curado.