domingo, 6 de mayo de 2012

A orillas del río

Jimena estaba sentada a orillas del río. Tenía sus pies hundidos en el agua. Ese era su lugar favorito. Allí se pasaba gran parte del día meditando. No podía concebir una vida sin ese río que tanta tranquilidad le transmitía.
Era la menor de once hermanos, tenía veinte años y vivía con su madre en una casa de campo en las afueras de la ciudad. colaboraba en los quehaceres de la casa y ayudaba a planchar ropa de las familias acaudaladas.
Un día iba de camino a entregar lo planchado cuando vio un pescado en el sendero. Al principio pensó que se le habría caído a algún pescador, pero cuando se acercó se dió cuenta de que estaba vivo. Todavía estaba cerca del pueblo, así que decidió que lo mejor era regresar y así devolver el pez al río.
-¿Qué haces mujer? Dijo el pez.
-¡Te devuelvo al río! Contestó Jimena.
-¡Ni lo sueñes,no sabés lo que me costó llegar hasta acá!
-¡Pero te vas a ahogar!
-No creo, por ahora estoy bien. Un poquito mareado nomás.
-Los peces pertenecen al agua, no tenés pulmones para vivir fuera de ella. Lamentablemente te vas a morir si no regresas.
El pez se dio cuenta que Jimena tenía razón. Había luchado tanto para llegar hasta allí que no quería darse por vencido. Pero ya comenzaba a sentirse asfixiado.
Finalmente la joven tomó el pez y se dirigió hacia el río. En el camino de vuelta éste le contó que desde chiquito deseaba vivir fuera del agua. Miraba desde la superficie cómo los niños jugaban en la orilla, las fiestas, los fuegos artificiales, en fin, el bullicio que se escuchaba a diario.
Jimena le confesó que sentía todo lo contrario, que se pasaba horas en la orilla disfrutando de la inmensidad y quietud del río.
Y sin darse cuenta se quedaron un buen rato charlando en la costa, hasta que cayó la noche.
El en el agua y ella en la orilla. Cada uno contando cómo era la vida que tanto anhelaba el otro.
Jimena nunca más regresó a su casa. Su madre la busca incansablemente día tras día. Cerca del río donde se la vio por última vez. El mismo día que apareció un joven desorientado, empapado, que no recuerda de dónde vino y que todos los días se sienta en la orilla, allí donde se posaba Jimena, con los pies hundidos en el agua...

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